divendres, 12 de maig del 2017

Sri Lanka 4

La otra cara de Sri Lanka


Sri Lanka es un país que sorprende desde el primer momento. Tal como he explicado en páginas anteriores, las bellas playas del sur, el abrumador verdor, las elegantes ciudades coloniales, los restos milenarios de antiguos reinos, la abundante variedad de animales salvajes y, sobretodo, la sonrisa y la alegría de sus gentes llama poderosamente la atención. Uno se olvida pronto del calor sofocante, los mosquitos, la conducción temeraria de los buses y cualquier otra molestia que siempre acompaña un viaje por un país tropical.


Pero tras 4 semanas viajando por Sri Lanka uno empieza a descubrir que el país tiene otra cara, a menudo no tan alegre, una realidad de la que no se habla, pero que está allí, acompañando la vida de personas y comunidades. Y es que la convivencia entre grupos diferentes (75% son cingaleses, 15% tamiles, 9% musulmanes) con diferentes religiones (70% budistas, 13% hinduistas, 10% musulmanes y 7% cristianos), no es siempre fácil. 


Agotado el visado de 30 días que se obtiene a la llegada al país, me veo obligado a volver a Colombo y pasar por el Departamento de Inmigración. Tras tres horas de gestiones y el pago de 30 euros, consigo un nuevo visado que me permite proseguir mi viaje. Ha llegado el momento de dirigirse al Norte, una zona “prohibida” hasta el año 2009, en que finalizó la guerra entre el ejército gubernamental y los Tigres Tamiles. 26 años de conflicto que provocaron migraciones y más de 100.000 muertos. 

Jaffna


El norte de Sri Lanka es otro país. Cambia el paisaje, mucho mas árido, la luz y también sus gentes, con importantes diferencias en el idioma, la cocina o la religión. Es el país de los Tamiles, una cultura milenaria que se ha visto constantemente amenazada por un gobierno central nacionalista, según dicen, sin ninguna sensibilidad hacia la diversidad nacional del país.




Es imposible visitar el norte sin pensar en lo que allí ocurrió hasta hace bien poco. Los restos de las casas destruidas durante la guerra todavía permanecen en muchos lugares, recordando un conflicto que todavía hoy no se ha cerrado del todo. En Jaffna conocí a un antiguo Tigre Tamil al que, según me contó, el gobierno pagó una buena suma de dinero para que abandonara las armas y dejara el país. Después de varios años viviendo en Francia ha decidido volver, y según me cuenta, siguen ocurriendo cosas, aunque nadie habla de ello. Los tamiles no están contentos de cómo se cerró el conflicto.



Jaffna, la capital, es una ciudad agradable, sorprendentemente verde, con atractivos edificios coloniales, templos e iglesias. Se puede recorrer fácilmente en bicicleta, como hice yo, paseando por sus tranquilas calles, por su mercado y deteniéndose en la infinidad de iglesias católicas que uno encuentra. Uno de cada cinco edificios de la ciudad sufrió daños durante la guerra, pero ahora sus habitantes se concentran en reconstruir sus casas y volver a la normalidad.






Es un buen lugar para probar la cocina tamil, muy cercana a la de su país de origen, la India, con muy buenos restaurantes, como el Mango. Yo me hospedé en una bonita y acogedora casa familiar Teresa Inn, que me deleitaba cada mañana con un desayuno local siempre sorprendente.


Tierra de islas


En Jaffna tuve la suerte de contactar con un fotógrafo escocés que está preparando un proyecto sobre la guerra. Montado en su coche pude visitar algunos de los lugares más emblemáticos del norte, como las islas de Velanai, Punkudutivu, o Nainativu, al este. En esta última, un lugar sagrado para budistas e hinduistas, se encuentra el Naga Pooshami Amman Kovil, un templo hindú al que acuden las mujeres que quieren tener hijos. A unos metros, se puede visitar el templo budista de Nagadipa. Hindues y budistas llenan la isla en los días de poya (luna llena).




También nos detuvimos en Kayts, un pueblo pequeño y tranquilo en donde nos recibió una gente muy simpática y agradable. Todo el mundo nos sonreía. Casas derruidas, que debieron ser muy bonitas, descansan entre la maleza. Desde la playa se ve, en una pequeña isla, el Fuerte Hammenhiel, hoy propiedad del ejército y convertido en un hotel de lujo.





Al Oeste y al Este


Si se sigue la costa este, de camino a Jaffna, es recomendable detenerse en la península de Kalpitiya, un lugar poco visitado y que atrae mayoritariamente a los amantes del “kitesurf”, debido a los vientos casi constantes. Supone un cambio total a los paisajes con los que uno se ha topado en el resto de Sri Lanka.


Kilómetros de cocoteros, manglares, lagos y playas. La huella del hombre empieza a dejar su huella terrible en algunas partes de la larga península. Amplios espacios de tierra se han convertido en picifactorías de gambas y cangrejos. Pero el litoral, en general, todavía conserva su aspecto original, salpicado solo por pequeños complejos de bungalows. Yo me hospedé en uno muy tranquilo, pegado al agua. Demasiado tranquilo quizás, pues era el único inquilino. Así pues, pronto proseguí mi camino.





Al noroeste del país me esperaba Trincomale, una tranquila población de pescadores con algunos monumentos interesantes, como el fuerte Frederick. Fue la primera fortaleza construida por los portugueses en 1623. Hoy es un bastión del ejército, pero se puede acceder para visitar Kandasamy Kovil, un venerado templo hindú, que se encuentra en la cima de la colina. O la Catedral de Sta. Maria, del 1852.







Esta zona es especialmente conocida por sus interminables playas de arena blanca. Las de Trincomale no son las más recomendables. Están ocupadas por las barcazas de las familias de pescadores que viven junto a la playa. Paseando por allí me topé con algunos pescadores muy simpáticos con los que conversé un rato, sentado en las escaleras de un templo hindú, sobre el sentido de la vida.  


Para disfrutarlas de verdad hay que alejarse unos kilómetros al norte. Por eso me alojé en la vecina Uppuveli, a unos 4 quilómetros, en donde abundan los hoteles y restaurantes. Algo más al norte se encuentra Nilaveli, mucho más tranquila y solitaria. Es una zona todavía no explotada, aunque de tal belleza que seguramente no tardará en llenarse de establecimientos turísticos. 




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dilluns, 1 de maig del 2017

Sri Lanka 3

Ciudades perdidas


Tras Kandy, la capital del último reino cingalés, me adentré en la historia de las antiguas dinastías cingalesas a través de las imponentes ruinas que permanecen. La selva recuperó lo que era suyo y hoy visitar lo que queda de templos, palacios, embalses y hospitales, supone un agradable paseo bajo una espesa vegetación, y la atenta mirada de monos y lagartos gigantes.



Dambulla


A unas dos horas de Kandy se encuentra el famoso Templo Real de la Roca de Dambulla, todo un símbolo del país y lugar de culto desde el S. I aC. El templo, escarbado en la roca, está formado por cinco cuevas separadas, que contienen 150 estatuas y pinturas de Buda. Las más antiguas tienen unos 2.000 años.




Si se accede al templo desde la carretera principal, uno queda estupefacto ante la visión de un enorme buda dorado que, por supuesto, no es de la misma época…




La mayoría de turistas visitan Dambulla desde la vecina Kandy, en una excursión de un día. Yo preferí pasar la noche allí y opté por un tranquilo y barato hostel en el que coincidí con otros viajeros, con los que compartí una deliciosa cena en medio de la selva.


Sigiriya


De buena mañana tomo un bus y enseguida me planto en la vecina Sigiriya, una población aparentemente insignificante oculta entre densa vegetación. Me alojo en el “Like Lodge”, un alojamiento familiar muy recomendable, desde el que se tiene una vista privilegiada de la Gran Roca de Sigiriya, el motivo por el que todos los turistas se acercan hasta aquí.



Dicen que es una de las imágenes más espectaculares de Sri Lanka, y enseguida se entiende porque. La Roca alberga las ruinas del reino de Kassapa (S. VdC), otra de las antiguas civilizaciones del país. Este lugar, Patrimonio Mundial de la UNESCO desde 1982, comprende una amplia zona de jardines acuáticos, balsas para el baño y los restos de un antiguo palacio.



El ascenso a la Roca es de vértigo, a través de unas escaleras pegadas a su pared y que se elevan a gran altura. Las vistas desde lo alto justifican de sobras el esfuerzo. Además, unas escaleras de caracol permiten acceder a una cueva, de otra manera inaccesible, en la que se conservan unas de las mejores pinturas budistas del mundo, datadas del S.V. Bellísimas mujeres, con el talle ajustado y pechos al descubierto, que no se sabe muy bien si eran concubinas del rey Kassapa o apsaras, ninfas celestiales.







El acceso a la Roca y museo de Sigiriya cuesta 30 dolares, por lo que muchos turistas optan por una opción más económica, la Roca de Pidurangala, que está delante, y desde la que se tiene una vista fantástica de la primera, rodeada de selva. Obviamente, no es lo mismo…



Polonnaruwa


Desde Sigiriya me traslado a la ciudad de Polonnaruwa, en donde se encuentra un importantísimo parque arqueológico, con cientos de estructuras antiguas (tumbas, templos, estatuas, estupas), también Patrimonio Mundial de la UNESCO. Esta ciudad, en medio de la selva, tiene casi 1.000 años de antigüedad y fue, durante tres siglos, la capital real de los reinos Chola y Cingalés.  En el S. XII vivió su mejor momento, bajo el reinado del rey Parakramabahu I. Como veis, les gustan los nombres bien larguitos…






Pero Polonnaruwa posee otros encantos. Muy cerca se encuentran los Parques Nacionales de Kandulla y Minneriya, en donde abundan los elefantes. Otra oportunidad para ver a estos majestuosos paquidermos deambular libremente por la selva.




En esta ocasión me hospedé con una familia en Thisal Guest House, una habitación individual con baño y un delicioso desayuno por 9 euros. Si se desea, también te preparan la cena, y vale la pena, pues la mujer de la casa cocina de maravilla. Menudo festín.




Anuradhapura


Uno de los grandes destinos turísticos de Sri Lanka es, sin duda alguna, la ciudad de Anuradhapura. Capital de los reinos cingaleses desde el S. IV a.C hasta el S. V d. C. Muchos turistas llegan aquí directamente des de la capital. Una excelente manera de empezar el viaje, pues aquí se mezclan la historia y las tradiciones. Sus impresionantes ruinas siguen siendo lugar de culto y ceremonias, que atraen miles y miles de peregrinos. Es uno de los lugares más sagrados del país. Yo lo dejé para el final. La guinda espectacular en la ruta por las antiguas capitales.






El primer acierto fue la elección del City Capital Hostel, un hotel muy acogedor que dispone de un par de dormitorios con camas compartidas a 7 euros. El personal, muy atento y agradable, le alegra a uno la estancia. Mi visita coincidió con la celebración del Fin de Año cingalés, el 14 de abril, y prácticamente todo estaba cerrado, excepto un Pizza Hat que me salvó la vida… Voy a echar de menos sus originales pizzas, adaptadas a los gustos del país. Su "panner pizza" es un pecado capital.



Allí mismo alquilé una bicicleta (3 euros todo el día), con la que es fácil recorrer la ciudad y visitar todos los monumentos que le esperan a uno. La entrada vuelve a ser cara, 25 dólares, pero vale la pena.





Como el ticket solo es para un día, y es prácticamente imposible verlo todo, dejé los templos del sur, en donde no te lo piden, para el día siguiente. Fue todo un acierto, empezando por el Sri Maha Bodhi, que se dice que es el árbol certificado históricamente más antiguo del mundo, y que creció a partir de un esqueje traído de Bodhgaya, en la Índia. Precisamente del árbol bajo el cual el príncipe Siddharta alcanzó la iluminación, convirtiéndose así en Buda.



O Isurumuniya Vihara, el Templo de la Roca del S. III d.C, con tallas muy elaboradas, como la de los Amantes, o la de los elefantes chapoteando en el agua.





Mihintale


A 13km de Anuradhapura se encuentra la bellísima Mihintale, el lugar en donde, se dice, empezó el budismo en la isla. Una gran escalinata de casi 2000 escalones permite acceder a una colina salpicada de monumentos. La vista desde la cima es sublime y el lugar transmite tal calma que invita a sentarse y contemplar y meditar.







De vuelta al hotel me detuve en un lugar en que se estaba celebrando el año nuevo de una manera muy original. Niñas, niños y adultos jugaban a ponerle a la trompa a un elefante con los ojos vendados.   






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