divendres, 4 de setembre del 2015

Camerún 2015

Camerún


El avión de Air Marroc que tomamos en Casablanca aterriza en Duala, la capital económica de Camerún, a las 2.30 de la madrugada. Nos recibe el “father” Edgar, la única persona a la que han dejado acceder a la sala de llegadas del aeropuerto. Ha alquilado un vehículo con chofer, con el que nos llevaran hasta la población de Ndu, a donde llegaremos a las 9 de la noche, o sea, 17 horas después.


Un largísimo viaje con tres paradas, para desayunar, para almorzar y para intentar, sin conseguirlo, que no nos multara la policía por exceso de velocidad. Íbamos a 80, cuando el límite era 50. Ya es mala suerte. A partir de ese tramo nos sería imposible llegar a 50, dado el pésimo estado de la carretera.

El pueblecito



Ndu es una población de unos 17.000 habitantes, aunque nadie lo sabe con certeza por falta de un censo fiable. Se llega por una pista enfangada y en pésimo estado. Ni una sola calle está asfaltada. Casas de adobe se encuentran desperdigadas por aquí y por allí, rodeadas de plantaciones de maíz, judías, repollos y algunas plantas propias de estas latitudes ecuatoriales. Suben por las laderas y se pierden en medio del bosque tropical en vías de extinción. 

Existe, eso sí, una gran avenida, en la que se encuentra el ayuntamiento, las gradas para los festejos importantes, un hotel, la gasolinera y diferentes comercios, entre ellos, un pequeño ciber con tres ordenadores. La otra gran calle, que desciende perpendicular, lleva al mercado y un poco más adelante, a la Parroquia de San Martín de Porres, en la que nos alojamos la primera noche.






  

A lo largo de esta calle se encuentran diversos talleres en donde se reparan vehículos al aire libre. Abundan los negocios de sastres, costureros y costureras que hacen ropa a medida. Decenas de jóvenes fabrican muebles de manera artesanal. Y alrededor del gran mercado al aire libre, existen una infinidad de pequeños comercios que venden de todo, pienso para animales, fertilizantes, bebidas, comida, ropa, utensilios de la casa y miel envasada en botellas de plástico reutilizadas.
 


Es ahí, delante del mercado, en donde se concentran las mototaxis, que llevan de un extremo a otro de la ciudad. Toda una aventura dado el estado de las pistas. Y más aún en esta época, la de las lluvias, que caen cada día sin falta. Un auténtico diluvio universal, que viene acompañado de constantes cortes de luz, que pueden llegar a durar varios días.


Cuando cae la noche, a eso de las 7 de la tarde, la oscuridad total se adueña de Ndu. No hay ni una sola farola. El estridente ruido de la lluvia y la tímida luz de una vela, que son una constante en las noches de este perdido rincón del mundo, invitan a recogerse pronto y acostarse temprano. Y es que la vida empieza pronto, con los primeros atisbos de luz, a eso de las 5.30 de la mañana, cuando suenan las campanas que llaman a la misa diaria de las 6. Si ha llovido la noche anterior, un sinfín de niños asoman por doquier, capturando madrugadores termitas que luego convierten en apetitoso manjar.




Catalanes en Ndu

Élia, Carla, Andrea, Clara y yo, el coordinador del proyecto, llegamos a Camerún como participantes de uno de los campos de solidaridad de Setem Catalunya. Una iniciativa que permite a muchos jóvenes acercarse al Sur y conocer de cerca la realidad de América Latina, Asia y África.

Nos acoge la parroquia de Ndu y el objetivo es organizar las actividades de verano para los casi 200 niños que llegan a la escuela cada mañana de 8 a 12 del mediodía. Esta actividad sería imposible sin la colaboración de los voluntarios. La escuela ya tiene muchos problemas para pagar el sueldo de los profesores durante el curso escolar.













 


Las tardes se dedican a preparar las clases, lavar la ropa, pasear por el pueblo y, sobretodo, convivir con las familias que nos acogen. Conocer el país que se visita, las personas que viven en él, sus problemáticas, su forma de vivir, de pensar… es uno de los objetivos del viaje. Y una buena forma de acercarse a esa realidad es viviendo en familia, compartiendo muchos momentos.





 

África es siempre sorprendente y Camerún, en particular, una maravilla. A sus bellos paisajes tropicales se junta la simpatía de sus gentes, que te hacen sentir enseguida parte de su familia. Los camerunenses son muy cercanos y uno conecta rápidamente con ellos. 




 
Y un poco de turismo


El mes da también para hacer alguna visita, como las cercanas plantaciones de té, uno de los productos que, junto con el café i la cola, crece en la zona y se exporta a todo el país.



Visita obligada es el Palacio del Fon, el rey de Ndu. En esos días coincidió que volvía de un viaje por los Estados Unidos, en que, según nos explicaron, se reunió con Obama. Su regreso fue toda una fiesta, vitoreado por todos los vecinos, que se pusieron sus mejores galas. La corte al completo le dio la bienvenida en un acto multitudinario que parecía sacado de la película el Príncipe de Zamunda.












A una hora o dos, según el estado de las carreteras, se encuentra la ciudad de Kumbo. El lugar al que se trasladan los habitantes de Ndu cuando necesitan los servicios de un banco, o ser atendidos en alguno de los hospitales de la zona. 



 

 Nos alojamos en el Centro de Acogida Pastoral, al lado de la sede del obispado. Visitamos el hospital general católico de Santa Elizabet, la Catedral, como no, y el mercado central, muchísimo más grande que el de Ndu.






Al día siguiente subimos hasta el Lago Oku, uno de los lugares más turísticos del país. El agua sube desde el fondo del lago y queda retenida como en un gran cráter, rodeada de montañas. Se encuentra en un pequeño parque nacional protegido que ha conseguido salvar una buena porción de bosque tropical, así como algunas especies vegetales y animales únicas.






Oku también tiene un rey, con sus 10 mujeres. Cada una dispone de una pequeña habitación en la que vive con sus hijos.


La despedida


Marcharse de Ndu, después de haber convivido con sus gentes casi un mes, no es nada fácil. Los miembros del grupo de Setem se sienten parte de las familias que los han acogido y el cariño y afecto que se ha generado llena de lágrimas sus ojos el día de la despedida. Todos se reúnen en la parroquia y traen deliciosos platos de comida para celebrar su última cena juntos. Todos son conscientes de la gran distancia que nos separa y de lo difícil que es, sobre todo para ellos, un reencuentro futuro. Pero ya nada será igual, algo de nosotros se queda en su corazón, como algo de Camerún queda para siempre en el corazón de los que lo visitan.