dilluns, 8 de setembre del 2014

Etiopía 2014

Etiopía
La Tierra Prometida

Etiopía, la antigua Abisinia, es un inmenso país, tan grande como España y Francia juntos. En el viven más de 77 millones de habitantes, lo que lo convierte en el segundo más poblado del África Subsahariana, y el tercero de África, después de Nigeria y Egipto. En este inmenso territorio conviven una infinidad de pueblos de rasgos y costumbres muy diversos, que hablan 82 lenguas y 200 dialectos distintos. En estas tierras creció Lucy, la abuela del hombre moderno, hace ahora 3 millones de años. Por eso se considera la cuna de la humanidad. En el S. IV adoptó el cristianismo, lo que lo convierte en el único país cristiano del África precolonial. También es el único país de África con un alfabeto propio, se rige por el calendario Juliano, que tiene 13 meses y hasta las horas son distintas a las del resto del mundo. Además nunca fue colonizado. Un país fascinante, orgulloso de su pasado y su historia, que conserva con celo sus costumbres y su forma de ver el mundo y la vida. El país en donde se guarda el Arca de la Alianza, que el hijo de la Reina de Saba y el Rey Salomón “robó” de Israel. 

Addis Abeba

En la madrugada del 18 de julio del 2014, y sin saber muy bien lo que nos esperaba, aterrizamos, Berta, Nieves y yo, en el aeropuerto internacional de Bole en Addis Abeba. Allí tomamos un taxi hasta Cozy Place Guest House, el acogedor alojamiento que me había recomendado mi amiga Mónica Charco. La tercera capital más alta del mundo (2.550 metros), después de La Paz y Quito, acoge más de 3 millones de habitantes, y eso se nota desde el primer momento. Las calles de la ciudad son un hormiguero de gentes que deambulan en todas direcciones. Los rasgos europeos, aunque de piel oscura, de la mayoría de sus habitantes es lo primero que llama la atención. Los Amaras, cristianos ortodoxos y de lengua amariña, suponen la mitad de la población del país. El Islam es la segunda religión mayoritaria, y ambas conviven pacíficamente con otros cristianos, semitas y animistas. Eso sí, el Amaríña es la lengua oficial de Etiopía.

En nuestros primeros días en la ciudad aprovechamos para visitar el Museo Nacional, en dónde se encuentran los restos de Lucy, el austrolopitecus más antiguo jamás encontrado. También algunas de sus iglesias más llamativas, como la Iglesia de Mariam, la Catedral Kidus Georgios, Holly Trinity, en donde se hallan los restos del emperador Haile Selasie, o el Palacio Real de Menelik II. La indumentaria de sus monjes, así como el velo blanco con el que se cubren sus feligreses es algo que nos llama la atención desde el principio. Y como no, uno de los lugares más espectaculares de la ciudad, Merkato, el mercado central, dicen que el más grande de África. Un auténtico laberinto de calles y edificios en donde puede encontrarse de todo: especias, inciensos, cerámica tradicional o la harina del falso platanero con la que se elabora un tipo de pan. 



Merkato




Esta joven tan simpática se ofreció para hacernos de guía en el mercado. Una buenísima idea que nos permitió llegar a rincones escondidos y de difícil acceso y que mantuvo a un lado al infinito número de aspirantes a guía que se ofrecen por doquier. 


También visitamos el Sheraton, el hotel más lujoso de África, según dicen. Y hasta subimos al monte Entoto (3.000 metros) desde donde se tiene una vista al completo de la capital, si no hay niebla...




 

Hacía las fuentes del Nilo


Tres días más tarde tomamos nuestro primer bus hacia el norte. Nuestro destino, la ciudad de Bahar Dar, el lugar en donde nace el Nilo Azul, principal afluente de del famosos río que cruza Egipto. Salimos a las 6 de la mañana, media hora más tarde de lo previsto, y por un cúmulo de imprevistos, entre ellos un atropellamiento, llegamos a nuestro destino a las 10.30 de la noche. 16 horas de viaje agotador, pero que valió la pena por el paisaje, verde y montañoso, que no deja de sorprender y por lo que nos esperaba después. Nos alojamos en Tana Hotel Resort, un remanso de paz al lado mismo del lago Tana, y en donde se había alojado Javier Reverte, tal como explica en su novela “Los caminos perdidos de África”. 

Nuestra primera visita, como no podía ser de otra manera, fue a las Cascadas del Nilo Azul, uno de los dos lugares (el otro es el del Nilo Blanco en Uganda) en que nace el Nilo. Un minibús nos conduce, durante una hora, por un camino sin asfaltar, a los dos lados del cual vive una inmensidad de familias entretenidas en sus quehaceres diarios. Nos detiene muy cerca del Puente de los Portugueses, lugar en el que empieza una caminata espectacular, que asciende por una montaña verde y fresca y lleva hasta varios miradores desde los que se contempla las impresionantes cascadas de 45 metros de altura. Un circuito circular, de aproximadamente una hora, y que acaba tras cruzar el río en una barquita y subir de nuevo al minibús con el que rehacemos los 32 kilómetros hasta Bahar Dar.






Al día siguiente nos esperaba una nueva sorpresa, un circuito por algunas de los monasterios construidos en las islas del lago Tana, el más grande de Etiopía. La mayoría de estos monasterios datan de los siglos XVI y XVII, aunque algunos son anteriores. Su aislamiento los convierte en auténticos paraísos de paz, en los que todavía viven y rezan monjes ortodoxos. El primero que visitamos, Beta Maryam, en la Península de Zege, nos dejó maravillados por las pinturas que decoran su interior y que se encuentran en un muy buen estado de conservación. 








El Reino de Gondar


Tras 3 horas comprimidos en un pequeño minibús llegamos a la ciudad de Gondar, “el Camelot de África”. Lo primero que llama la atención son los castillos que asoman por encima de las murallas de la que fue primera capital de Etiopía, fundada por el Emperador Fasiladas en 1636. Además de los Palacios del recinto, que dan una idea de la riqueza y del esplendor del “periodo Gonderino”, en los alrededores de la ciudad se hallan también los Baños de Farsi y el Complejo real de Kweskwan. Todos estos edificios son de visita obligada y ayudan a entender porqué este reino se convirtió en una leyenda conocida en el mundo entero. 

Sede del Timkat o Festival de Epifania en enero


En Gondar se erige también la Iglesia de Debre Birhan Selassie, que contiene, según los expertos, las mejores pinturas de este periodo en toda Etiopía.


Finalmente, Gondar es el lugar desde el que salen las expediciones a las famosas montañas del Parque Natural de Simiens, en donde se encuentran los picos más altos del país. Las guías sitúan aquí los paisajes más maravillosos de los montes Abisinios. Acogen una gran variedad de especies endémicas, plantas, mamíferos y aves. Entre los más espectaculares destaca el Babuino Gelada.






Axum, sede del Arca de la Alianza


Dice la leyenda que "Aksum" era la capital de la Reina de Saba (S. X antes de Cristo). Uno de los reinos más grandes del mundo antiguo. Capital de un gran imperio que durante 1000 años controló las rutas comerciales entre África y Asia. Hoy es considerada como la capital religiosa, lugar en que muchos reyes han sido coronados. La gran mayoría de los etíopes creen apasionadamente que el Arca de la Alianza se encuentra aquí y por ello Axum es para los Etíopes lo que la Meca para los habitantes de Arabia Saudí.

La leyenda cuenta que la Reina de Saba viajó hasta Jerusalén para visitar al Rey Salomón. De su fructífero encuentro nació el que más tarde sería el Rey Menelik, que a sus 22 años regresó a Jerusalén para visitar a su padre. Tras tres años viviendo con él, decidió volver a Etiopía. Lo acompañaron mil siervos de cada una de las 12 tribus de Israel, pero además se llevó consigo el Arca de la Alianza. A su vuelta se convirtió en Rey, tras la abdicación de su madre, y la dinastía salomónica que fundó dirigió los destinos de Etiopía hasta 1974, cuando el monarca 237, Haile Selassie, fue destronado por una revolución.

El viaje de Gondar a Axum es inolvidable. Cruzar los montes abisinios es una experiencia que puede cortar el aliento, sobre todo cuando se pasa al lado de abruptos precipicios de los que no se ve el final, por carreteras sin asfaltar que todavía están construyéndose. Para más detalles os dejo aquí una crónica sobre el transporte público en Etiopía.

Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO

Una vez en la ciudad, son muchos los lugares a visitar. Es una buena idea empezar por el Museo Nacional, en donde descubrí que el rey Baltasar era etíope… Destaca después la gran plaza de las estelas, entre las que se encuentra una de 33 metros de altura. La “piedra de Ezana”, esculpida en ghez y griego. Algunas tumbas reales construidas con piedras finamente talladas. O los baños de la Reina de Saba y las ruinas de los que fueron sus castillos y palacios. Aunque se dice que la mayor parte de los restos de aquella esplendorosa ciudad todavía están por excavar, y por tanto existen aún muchos misterios por resolver sobre el reino "Aksumita". 




  Leones de Gobedra

Obviamente, aunque no puede verse, hay que acercarse a la Basílica de Maryan Tizón, en donde se cuenta está guardada el Arca de la Alianza. Eso sí, como también pasa en otros templos y monasterios del país, las mujeres tienen el acceso vetado y sólo pueden entrar los hombres.

Lalibela, un cuento de hadas


Etiopía es demasiado grande como para pretender recorrerlo todo en un mes. El trayecto hacia nuestro próximo destino prometía ser muy largo y arduo. Por eso decidimos tomar un pequeño avión de la Ethiopian Airlines para trasladarnos de Axum a Lalibela, un lugar pequeño y aislado en las Montañas de Lasta, a una altitud de 2.630 metros. 

Lalibela fue la capital de Etiopía en el S. XII, tras el declive del reino Axumita. Hoy, aún siendo una de las mayores atracciones turísticas del país, es un lugar muy tranquilo y apacible, en el que sus gentes realizan sus quehaceres diarios con toda normalidad. 








Las iglesias esculpidas en la roca, impresionantes obras de arte, no son sólo los monumentos que todos los turistas vienen a visitar, sino lugares de culto y peregrinaje que registran una continua actividad religiosa. De golpe, en el laberinto de pasadizos, plazas y túneles de piedra, y entre monjes y feligreses cubiertos de paños blancos, uno tiene la impresión de estar en un lugar en el que el tiempo se detuvo hace muchos muchos años.







La ciudad fue bautizada con el nombre del Rey Lalibela, el que hizo construir todas esas iglesias después de un sueño. Según la leyenda, cuando todavía era un niño, fue cubierto enteramente por un enjambre de abejas, sin que nada le ocurriera. Eso se interpretó como una señal de que llegaría a ser rey. De hecho, Lalibela significa “las abejas reconocen su soberanía”.



 En los alrededores de Lalilbella



 Monasterio de Yemrehanna 
Cristos (2.700 metros)



El Valle de Omo

Regresamos a Addis Abeba para encontrarnos con dos amigos de Barcelona con los que pasaremos ocho días recorriendo el sur del país. En un 4x4 con chofer descenderemos hasta la región de Omo, en donde nos espera un África radicalmente distinta a la que hemos visto en el norte.






Como muy bien explica Philip Briggs en la guía Bradt, “nada, en el altiplano etíope te prepara para Omo…, en donde sólo 50 años atrás, sus gentes ni sabían de la existencia de un país llamado Etiopía. El Sur de Omo es literalmente fantástico. Descender del verde altiplano a la inmensa y seca planicie del sur supone un viaje no solo en el espacio sino en el tiempo…” Un África, en su mayor parte, todavía libre de influencias exteriores, con una gran diversidad cultural, de pueblos distintos que hablan más de 30 lenguas diferentes y que mantiene un sistema de vida tradicional, basado en la agricultura y el pastoreo. 



Los enfrentamientos entre tribus son todavía una realidad, y la agresividad de algunos de estos pueblos, como es el caso de los Mursi, obliga a realizar la visita a sus poblados acompañados de un guía y a veces hasta de un guarda armado. El turismo empieza a hacer mella en estas gentes, que ven en el turista un cajero andante del que extraer un buen dinero, con el que luego, en el mejor de los casos, comprar ganado, y en el peor, emborracharse en los bares que han crecido a la sombra del turismo.







El viaje es intenso y explicar de manera breve todo lo que uno llega a ver y sentir - los diferentes pueblos, costumbres, paisajes, anécdotas – es prácticamente imposible. Cada día es una sorpresa. Una aventura que vale la pena vivir y si es antes de que el turismo y las influencias exteriores lo cambien para siempre, mejor.









Harar, corazón de la comunidad islámica

 
Harar se encuentra a 523 kilómetros de la capital, Addis Abeba. El trayecto por tierra lleva unas 12 horas, pero permite ver los dramáticos cambios del paisaje, que desciende desde el altiplano a la árida sabana, para volver a ascender hasta los 1870 metros en que se halla esta agradable ciudad. Y también los diferentes pueblos que habitan esas tierras, con construcciones y vestimentas bien distintas. 





Considerada por algunos musulmanes como la cuarta ciudad sagrada del mundo después de la Mecca, Medina y Jerusalén, Harar es una bellísima ciudad que invita a pasear por sus estrechas calles y coloridas casas. Color y más color es lo primero que llama la atención del viajero, que enseguida queda seducido y enamorado por este plácido y tranquilo lugar.










 




Además, si gustan las emociones fuertes, uno puede adentrarse en la oscuridad del bosque acompañado del amigo de las hienas. Un curioso personaje que sale a alimentarlas todas las noches para sorpresa de los turistas. Pronto huelen la carne y se acercan en la oscuridad, dando vueltas alrededor y emitiendo inquietantes sonidos. Mientras se disponga de una buena pieza de carne no hay temor de que se lo coman a uno… Eso dicen!!