dimecres, 24 de novembre del 2010

Australia 2010: SYD-CAM (4)


Sydney es una ciudad de la que resulta fácil enamorarse. Me encanta recorrer a pie el centro, cruzar Hyde Park, o pasear por delante de los antiguos edificios coloniales que aún quedan en pie y no han sido substituidos por los bodrios sin gracia de modernos arquitectos de pacotilla. Me emociona llegar al puerto y pararme en frente de la “Opera House”.



Me enamoran los altos y escarpados acantilados desde los que observo las olas impactar violentamente contra la dura roca. Y, sus bellísimas playas. En Sydney me siento como en casa, me siento como en Barcelona, y por eso se que es una ciudad en la que no me importaría vivir.


Por todo ello quería volver. Y aunque esta vez había pensado recorrer la costa oeste, no pude evitar tomar un avión desde Tasmania y pasar aquí unos días. Tenía además otra excusa, visitar un antiguo conocido, un catalán asentado en Sydney, y que acababa de volver de la India con Eila, una niña de cinco semanas preciosa. La forma en que me miraba con sus ojos oscuros y profundos, y las sonrisas con las que me obsequiaba cada vez que jugaba con ella, consiguieron enamorarme enseguida.


Criar un bebé siendo padre soltero no es nada fácil y Albert andaba tan ajetreado que de golpe me vi haciendo de niñera. En Sydney he sabido lo que es acostarse a las 12, después de darle el biberón a la nena, y levantarse a las tres de la mañana, y de nuevo a las 7, para repetir la operación. De todas formas, Eila es un encanto de niña. No llora más que cuando tiene hambre, y en cuanto nota la leche en sus labios empieza a comer sin rechistar.


Con Eila recorrimos el barrio de New Town, que por esos días celebraba una de sus más concurridas fiestas. Paseamos entre miles de personas tumbadas sobre la hierba, comiendo y escuchando alguno de los diferentes conciertos que tenían lugar de manera simultanea. Y hasta visitamos algunos de los amigos de Albert para presentarla en sociedad.



  


Con mucha pena abandoné Sydney. Mi objetivo era recorrer por tierra todo el sur de Australia, unos 3.000 km, hasta llegar a la ciudad de Perth, la más aislada del mundo. Mi primera parada fue Canberra, la capital. Ya había estado antes, pero no pude evitar acercarme hasta el Parlamento para comprobar que todavía seguía allí la embajada aborigen, reclamando sus derechos.



Han tenido que esperar hasta el año 2008, para que el Parlamento Australiano hiciese una declaración oficial, pidiendo perdón a los pueblos originarios del continente por todo el daño inflingido por el hombre blanco desde su llegada a esas lejanas tierras. Y algunas cosas han cambiado, me comentaba una aborigen acampada delante del Parlamento, pero sigue sin hacerse justicia.





divendres, 19 de novembre del 2010

Australia 2010: Tasmania (3)

Hacia el sur de Tasmania


Érase una vez una isla lejana y aislada del mundo. Un remanso de paz en el que parecía que nunca ocurría nada. Los jóvenes se iban de allí tan pronto como podían. Merlbourne o Sydney les ofrecían muchas más posibilidades. De la misma manera, jubilados de todo el continente la elegían para pasar sus últimos años de vida.



De golpe este pedazo de tierra se convirtió en el centro del mundo.
Y que tenía Tasmania, muchos se preguntaban.

¿Unos paisajes indómitos?
¿Unos bosques prístinos?
¿Unas playas de ensueño?
¿Una flora y fauna peculiar y única?

¿Es el frescor de su clima?
¿No será el encanto de sus gentes? Tranquilas, relajadas, acogedoras.
¿O el sabor de su cerveza…?

¿Cuál es el secreto?
Muchos se preguntaba.


… pues mi secreto han sido Sonia y Matthew, unos amigos encantadores con los que he descubierto Hobart y sus alrededores. Juntos, en su coche, una auténtica pieza de museo, recorrimos la península de Tasman, vimos como alimentaban a los Demonios de Tasmania, uno de sus símbolos, contemplamos caprichosas maravillas naturales y paseamos tranquilamente por la bucólica ciudad de Richmond.

 
 Hobart


Tasman Arch
Richmond


Tomamos un ferry y cruzamos hasta la semidesierta isla de Bruni. La atrevasamos de norte a sur. Plantamos la tienda en "South Bruny National Park", y, a pesar de la lluvia, encendimos un fuego que nos calentó e iluminó la cena.






Y también visitamos Bicheno, un pequeño pueblo en la costa este. Nos escondimos entre los matorrales y pudimos ver como llegaban a tierra los pingüinos que pasan la noche allí. Es un espectáculo inolvidable que puede verse cada día tan pronto como se pone el sol.


Volvimos a plantar la tienda, esta vez en el solitario Parque Natural de Douglas-Apsley. Y por la mañana nos acercamos hasta el Parque Natural de Freycinet, para caminar casi 6 horas por unas playas y bahías de ensueño.


Wineglass Bay


Y dos días antes de dejar la isla, nos acercamos hasta el Parque Natural de Mt. Field. Por el camino paramos al lado de un río y tuvimos la gran suerte de ver algunos ornitorrincos nadando en sus limpias aguas. Un paseo de tres horas nos permitió disfrutar de un bosque de hadas, cataratas y algunos de los árboles más grandes de Australia.




Sin duda alguna, Tasmania no es el lugar más divertido del mundo, ni el más animado, pero es un paraíso para aquellos que aman la naturaleza. Hay una infinidad de lugares para visitar. Y si uno se da tiempo, las pequeñas y poco pobladas ciudades de la isla también pueden deparar muchas sorpresas agradables…

Yo, además, tuve la suerte de contar con unos buenos amigos. Y cuando uno comparte su tiempo con aquellos a quienes quiere, el lugar poco importa, la diversión está asegurada, y las vivencias son inolvidables.

Gracias Sonia y Matthew por hacer inolvidable mi paso por Tasmania. ¡¡Disfrútenla mucho, ustedes que todavía pueden…!!


 
 Ornitorrinco
Una visión efímera pero inolvidable